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		  Varsovia en la piel 
		
			Sobrevivientes del Levantamiento de la capital 
			polaca contra la ocupación nazi recuerdan el horror, 70 años después 
			 
			Por Ana Wajszczuk | Para LA NACION, Domingo, 24 de agosto de 2014 
			(http://www.lanacion.com.ar 
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			http://www.lanacion.com.ar/edicion-impresa/suplementos/revista) 
		 
		 
		
			
				
				
					
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						 Helena Chodowic de Chelmicki (90) dice 
						que su familia la dio por muerta y hasta hizo una misa 
						por ella. Foto: LA NACION / Martín Lucesole  | 
					 
				 
				 
 
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				Warschau 
			ist kalm. Ese martes 1° de agosto de 1944, a las 13.29, con el 
			calor del verano ascendiendo y lloviznas en el horizonte, el parte 
			diario de la agencia de noticias alemana informaba el estado de la 
			ciudad que desde hacía cinco años sobrevivía bajo la brutal 
			ocupación nazi: Varsovia está en calma. No era cierto. 
			 
			Del otro lado del río Vístula, que recorre de norte a sur la capital 
			de Polonia, tan vital en su ruta hacia Berlín como odiada por 
			Hitler, se escuchaba la artillería del Ejército Rojo acercándose. 
			Menos el invasor, toda Varsovia -el millón de habitantes que quedaba 
			después de la deportación o el asesinato sistemático de miles de 
			personas- presentía lo que estaba por suceder. 
			 
			Entre 40 y 50 mil hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, muchos 
			aun niños, vestidos con ropas de civil o con viejos uniformes y un 
			brazalete rojo y blanco -los colores de la bandera polaca- en la 
			manga, esperaban en la clandestinidad que el reloj marcara las 17: 
			la hora W, la hora del estallido (wybuch, en idioma polaco), pero 
			también la de la liberación (wyzwolenie). 
			 
			Era la señal para el inicio de la insurrección que venía preparando 
			el AK (Armia Krajowa, Ejército de la Patria) desde el mismo momento 
			de la ocupación nazi en septiembre de 1939. Un ejército clandestino 
			sin parangón en la Europa ocupada: apoyado desde Londres por el 
			gobierno polaco en el exilio, tenía 400.000 miembros en toda 
			Polonia. Bajo su paraguas, en contra del enemigo común, terminarían 
			uniéndose desde organizaciones de ultraderecha hasta las de 
			orientación comunista. 
			 
			El AK formó en 600 compañías distribuidas en siete distritos, con 
			reservas de armamentos y comida para combatir de tres a siete días, 
			lo justo para recibir a los Aliados rusos en una ciudad liberada y 
			poner freno a las ambiciones de Stalin sobre territorio polaco. 
			Confiaban en la ayuda de los Aliados occidentales, a quienes Polonia 
			tanto había contribuido a costa de sus propias fuerzas. Apenas el 
			diez por ciento de los insurgentes contaba con un arma, en su 
			mayoría viejos revólveres o filipinkas, granadas de mano de 
			fabricación casera. El entusiasmo, sin embargo, era enorme. 
			 
			Un puñado de chicos y chicas que aguardaban, expectantes, en 
			diferentes puntos de la ciudad, no podían imaginar en ese momento 
			que setenta años después contarían esta historia -o la contarían sus 
			hijos- al otro lado del océano, en la Argentina.Todavía tampoco 
			sabían que era el inicio de un calvario de sesenta y tres días en 
			los cuales el resto del mundo los abandonaría a su suerte. La 
			rebelión más larga y sangrienta de la Segunda Guerra Mundial, que 
			concluiría con la muerte de alrededor de 200.000 ciudadanos, con la 
			expulsión de 700.000 civiles y 15.000 miembros del AK prisioneros, 
			en una ciudad arrasada calle por calle hasta los cimientos, entraría 
			a la historia como el Levantamiento de Varsovia. Y estaba a punto de 
			comenzar. | 
			 
			
				| El niño de la guerra | 
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						 Jorge Lagocki tenía 7 años cuando 
						estalló el Levantamiento. Foto: LA NACION   | 
					 
					
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						 Jorge Lagocki (77) es ingeniero e 
						integra la Unión de los Polacos de la República 
						Argentina. Foto: LA NACION / Martín Lucesole  | 
					 
				 
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				Cerca 
			de la casa de Jorge Lagocki, en el barrio obrero de Wola, la 
			sublevación se adelantó: órdenes que no llegaron a tiempo y la 
			proximidad del cuartel general del AK hicieron que ya a las 2 de la 
			tarde se sintieran los primeros tiros. Jorge se llamaba Jerzy en ese 
			entonces. Tenía 7 años y sabía perfectamente que todo el mundo 
			estaba de alguna manera vinculado con la resistencia en Varsovia, 
			esa ciudad donde una tía -enfermera y, luego se enteraría Jorge, 
			miembro del AK- lo alojaba junto a su mamá desde el año anterior, 
			cuando escapaban de Lwów, en el sudeste polaco, ante el avance del 
			Ejército Rojo y la muerte de su padre en el frente. 
			 
				Los 
			primeros días del Levantamiento se protegieron en el sótano del 
			edificio donde vivían, junto a otros vecinos: mujeres, niños, viejos. 
			Esperando. "Al tercer día, los comentarios eran que nuestro barrio 
			estaba prácticamente limpio, en manos de la resistencia", cuenta hoy 
			este ingeniero de 77 años de dicción impecable y ojos verdes, en la 
			sala de reuniones de la Unión de los Polacos de la República 
			Argentina, donde ocupó diferentes cargos a lo largo de los años. "Con 
			mi mamá decidimos subir al tercer piso, al departamento. Estábamos 
			cenando y de repente, una explosión terrible. Se oscureció todo." 
			Contra Jorge impactó el vidrio de un ventanal. Chorreando sangre, no 
			sabía qué había pasado. Su madre se había salvado de ser aplastada 
			por un rodillo de exprimir ropa. "Rezá, rezá para que la escalera 
			esté y podamos bajar", recuerda que le gritó ella. Lograron salir y 
			llegar a una posta sanitaria. 
			 
			Jorge dice que en ese momento empezó a ser quien es hoy. "Estaba 
			justo en el lugar que me tocaba estar, en el medio de los 
			combatientes. Me sentía de lo más orgulloso. Lo único que me faltaba 
			era un arma." Luego se enteró del porqué de la explosión: el AK 
			había volado el edificio contiguo a su casa, repleto de oficiales 
			alemanes que se negaban a rendirse. 
			 
			Los primeros días del Levantamiento, el factor sorpresa inclinaba la 
			balanza para el AK: la bandera polaca ondeaba por primera vez en 
			cinco años al tope del edificio más alto de Varsovia, la resistencia 
			también había tomado otros puntos vitales. Para el 5 de agosto, el 
			Levantamiento logró su mayor extensión, más del 70% de la ciudad. En 
			el barrio de Jorge, como en todos, los vecinos se sumaban armando 
			barricadas con muebles y tranvías; construyendo pasajes subterráneos, 
			sacando las banderas ocultas por años. Pero la ayuda de Occidente, a 
			pesar de los desesperados pedidos del AK, seguía sin llegar. Y la 
			artillería rusa, sorpresivamente, dejó de oírse al otro lado del 
			Vístula. 
			 
			Ese mismo 5 de agosto, 50 mil tropas alemanas entraron a Varsovia, 
			entre ellas la Brigada Kaminski, integrada por asesinos y violadores 
			liberados de las cárceles alemanas. Atacaron directamente a la 
			población civil: en pocos días, más de 35 mil hombres, mujeres y 
			niños fueron asesinados, quemados vivos junto a sus casas o usados 
			como escudos humanos frente a los tanques. Los Lagocki vivieron el 
			resto del Levantamiento apiñados con sus vecinos en el sótano del 
			edificio, comiendo lo que quedaba en las casas derrumbadas o carne 
			de los caballos muertos en la calle. 
			 
			Wola fue el primer distrito en rendirse. Hacia fines de septiembre, 
			Jorge, su madre y los habitantes del sótano fueron deportados al 
			campo de prisioneros en Pruszków, 15 km al oeste de la ciudad. Por 
			allí, entre agosto y octubre de 1944, pasaron más de 500 mil 
			varsovianos, muchos directo hacia Auschwitz. Se rumoreaba, en el 
			camino, que habría una selección. Jorge sabía lo que significaba. "Nosotros 
			no íbamos a formar parte de ninguna selección. O nos mataban ahí 
			mismo o nos fugábamos." Los Lagocki se escaparon de la fila, a un 
			pueblo donde tenían conocidos. Tres años después, en plena represión 
			comunista, lograron que otra tía, que vivía en la Argentina, los 
			sacara de Polonia. Jorge construyó aquí su vida: cuatro hijas, nueve 
			nietos, una gerencia en la fábrica Ford. Volvió dos veces a Polonia. 
			Y hay una imagen que no olvida: "¿Viste la película El pianista, lo 
			que muestra de Varsovia al final de la guerra? Era tal cual, pero en 
			la película falta el humo y los cadáveres. Y los alemanes con los 
			cañones derribando las casas. Eso era su venganza por el 
			Levantamiento". | 
			 
			
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				| Tres hermanas | 
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						 Hanna fue enfermera del AK, el 
						ejército de la resistencia. Foto: LA NACION   | 
					 
				 
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				Era 
			la hermana del medio. Y la líder. Anna Gologowska tenía 23 años 
			cuando estalló el Levantamiento, y hacía un tiempo que había 
			convencido a sus hermanas, Wanda e Irene, de unirse al AK. Pero 
			había llegado el momento de blanquearlo ante sus padres. "Me contaba 
			que el abuelo se quedó duro, pero se le veía el orgullo de que sus 
			tres hijas se jugaran así por la patria", cuenta su hija, Mónica 
			Ponc, una mujer bajita y rubia de mirada dulce que nació tres años 
			después de ese momento, cuando su madre se había casado y había 
			emigrado a Inglaterra. Mónica dio sus primeros pasos en el barco que 
			en 1948 los trajo a los tres, más su tía Irene y esposo, a Buenos 
			Aires. "La abuela empezó a llorar, pero al rato ya les estaba 
			buscando zapatos que les podían servir, porque estaban armando el 
			uniforme." El distrito de Sródmiescie, el centro de la ciudad, donde 
			lucharon las hermanas Gologowska, aguantó hasta el final, rodeado y 
			casi sin víveres. El AK apenas lograba recuperarse con los escasos 
			suministros arrojados desde aviones que no caían en manos alemanas. 
			Y Stalin se negaba a dejar usar a los Aliados su espacio aéreo. 
			 
			Ninguna de las tres hermanas vive hoy. Mónica, que trabaja en la 
			Biblioteca Polaca Ignacio Domeyko, tal como lo hizo su madre durante 
			muchos años, muestra las fotos donde se las ve con el uniforme 
			polaco, jóvenes y sonrientes una vez liberadas del campo de 
			prisioneras. Como la mayoría de las aproximadamente 5 mil mujeres 
			insurgentes, no tenían entrenamiento militar: eran mensajeras y 
			trabajaban en enfermería. El general Tadeusz Bór Komorowski, 
			comandante en jefe del AK, reconocería en sus memorias el 
			extraordinario valor de estas muchachitas, que eran más resistentes 
			que los hombres, psicológicamente hablando. 
			 
			Después de la capitulación, primero Anna y luego sus hermanas fueron 
			trasladadas en vagones de carga de Pruszków a Alemania. Recalaron en 
			un campo destinado exclusivamente a las mujeres del AK, en 
			Oberlangen (Sajonia, cerca de la frontera holandesa). Eran más de 
			1500. Después de meses de hambre y frío, en abril de 1945 el campo 
			fue liberado por el 1er. Cuerpo Polaco del general Maczek. "En un 
			batallón estaban quienes serían luego mi papá y el esposo de mi tía 
			Irene", cuenta Mónica. Hubo muchos matrimonios entre los soldados de 
			Maczek y las chicas del AK. La alegría de haber sido liberadas por 
			paisanos era contagiosa. 
			 
			"Dentro de todo, mi mamá tenía buenos recuerdos, a pesar de lo que 
			sufrieron. La camaradería, el valor. Cuando fue el 60° aniversario 
			dieron un documental, y se agarraba la cabeza: ¡Qué locura hicimos!, 
			decía. Pero las tres estaban muy orgullosas de haber luchado por su 
			país", cuenta Mónica, que creció escuchando a los amigos de sus 
			padres hacer catarsis hablando de esos momentos. Todos extrañaban 
			Polonia, dice, pero ya no era su lugar. Allí habían quedado sus 
			raíces. Acá nacían sus hijos. 
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				| Bajo las balas | 
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				-Papá, estoy en el AK. Va a estallar una insurrección y tengo que 
			presentarme. 
			 
			El padre de Hanna no se enojó ni la criticó. Y ella respiró aliviada: 
			hacía varios meses, desde que había terminado el secundario, que 
			pertenecía al AK y no le había dicho ni una palabra a sus padres. 
			"Mi madre me dijo llorando: Ya sé que no te voy a ver nunca más. Y 
			fue así: años después, ella enfermó de cáncer y nunca volvimos a 
			vernos", cuenta hoy Hanna Chodowiec de Chelmicki, una señora de 90 
			años, menuda como un pajarito, mientras sirve café y masitas en la 
			misma casa de Adrogué que empezó a construir con su esposo poco 
			después de llegar a la Argentina en 1948. 
			 
			Hanna vivía junto a su familia en el suburbio residencial de Saska 
			Kepa, del otro lado del Vístula. Había empezado a estudiar Medicina, 
			en la escuela clandestina. En el AK la nombraron enfermera. Su 
			seudónimo era Irka. "La insurrección tenía que empezar en el puente 
			que une el barrio de Praga, donde estábamos, con Varsovia. Y mi 
			grupo estaba por salir cuando llegaron noticias: iba a estallar del 
			otro lado. Teníamos que esperar órdenes. Por la noche, se veían las 
			balas de los cañones. Eran como naranjas incandescentes, pelotas de 
			fuego que volaban por el cielo." 
			 
			Las veces que intentaban salir a la calle, les llovían balas de los 
			techos. Por fin les llegó la orden: abandonar Praga y unirse a las 
			tropas clandestinas en los bosques de Kampinos, al oeste de Varsovia. 
			Después de varios días lograron llegar. En uno de los poblados, el 
			grupo de Hanna hizo base. "Un par de semanas después nos atacaron. 
			Rodearon completamente el bosque, eran como ocho mil soldados." La 
			operación fue bautizada Sternschnuppe (Estrella fugaz) por los 
			alemanes. Los aviones volaban bajo disparando ráfagas de 
			ametralladora, dispuestos a exterminar a los partisanos de Kampinos. 
			"Por qué no me llegó una bala, la verdad no lo comprendo." Hanna 
			cuenta: durante el Levantamiento estuvo directamente en cinco 
			bombardeos, y cuatro veces bajo las balas de las ametralladoras. 
			 
			Al anochecer del 30 de septiembre, el grupo de Kampinos había dejado 
			de existir. Hanna cayó prisionera. La llevaron a Pruszków, donde se 
			enteró de que el Levantamiento había terminado. "Yo no sabia qué 
			había pasado con mi familia. Después supe que incluso celebraron una 
			misa por mí: pensaron que había muerto." Mientras escapaba por los 
			bosques, los miembros del AK eran reconocidos formalmente como parte 
			de las fuerzas armadas polacas, amparados por la Convención de 
			Ginebra. Tal vez esa fue la razón de que la tomaran prisionera en 
			vez de matarla. Hanna recaló en el campo creado para las mujeres del 
			AK. Sobrevivía apenas con los paquetes de comida que enviaba la Cruz 
			Roja. 
			 
			Cuando las tropas del general Maczek liberaron el campo, pidió ser 
			enviada a Bélgica a estudiar. Bajo el nuevo régimen digitado por la 
			URSS, volver a Polonia no era una opción: más de 50 mil ex 
			insurgentes fueron arrestados en los primeros meses de 1945. En 
			Bélgica pudo por fin comunicarse con su familia, y conoció a 
			Teodosyus, su futuro marido, que había pasado toda la guerra 
			prisionero. Casados llegaron a la Argentina, ese país que Hanna 
			imaginaba como El Congo y resultó ser más que París: las calles y su 
			arquitectura palaciega, la gente tan educada, el jamón rebasando los 
			sándwiches. Tuvieron dos hijos, nietos y bisnietos. Nunca se 
			arrepintió de unirse al AK, dice. "Pero no me gustaba recordar esos 
			tiempos. Teníamos rencor contra los rusos que no nos ayudaron, 
			contra los Aliados que permitieron eso. A partir de mis nietas pude 
			recordar. No de otra manera, pero sí sin que me doliera tanto." | 
			 
			
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				| Un boy scout en la línea de fuego | 
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						 Madurar de golpe: Ricardo Arendarz, de niño, combatió junto a los 
			boy scouts. Foto: LA NACION   | 
					 
				 
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				 Hacia 
			fines de agosto de 1944, el contraataque alemán se dirigía hacia el 
			sur de Varsovia, a Czerniaków, en la ribera del Vístula. En un 
			internado salesiano de ese barrio estaba Ricardo (Ryszard, en polaco) 
			Arendarz: un chico de 14 años, pero también un veterano de guerra. 
			Su padre ya había logrado escapar a la Argentina un par de años 
			antes; su madre, que cumplía tareas de intérprete en el AK, había 
			sido evacuada de Varsovia por la organización cuando detuvieron a su 
			jefe. 
			 
			El AK puso a Ricardo en el internado, con documentos falsos: pasó a 
			ser Ian Bontrom. Y junto a un grupo de seis o siete chicos decidió 
			unirse a las Columnas Grises (Szare Szaregi), la organización de 
			resistencia clandestina de los boy scouts. "¡Sabés cuántos muchachos 
			de mi edad se unían al AK! Y más chicos también", dice hoy sentado 
			en el comedor de su casa este señor de ojos claros e impecable 
			corbata, tiradores y cárdigan, vicepresidente de la Asociación de Ex 
			Combatientes Polacos en la República Argentina (SPK, por sus siglas 
			en polaco). 
			 
			Para cuando estalló el Levantamiento, Ricardo estaba viviendo en la 
			casa de un jefe del AK que conocía a su madre. "En cualquier momento 
			la organización te puede necesitar, me dijo. Nos daban instrucción, 
			pero no armas, porque éramos muy chicos", cuenta. "Pero yo me 
			conseguí una. Era muy primitiva, de la Primera Guerra Mundial. La 
			cambié por dos litros de vodka, conseguí unas balas en el mercado 
			negro y me fui a practicar a un lugar alejado. Por suerte andaba, y 
			yo me sentía más seguro." Ricardo ya había logrado llegar al 
			internado, donde estaba su grupo. Hacía de enlace, en bicicleta, con 
			los combatientes de la localidad de Sadyba, a dos km. Un día, a fin 
			de agosto, como ya oscurecía, tuvo que quedarse a dormir allí. Fue 
			la noche en que los alemanes atacaron. "Bajamos a los sótanos, a 
			todos los menores nos ordenaron sacarnos los brazaletes y las 
			insignias, y entregarnos como civiles si nos detenían. Y empezó un 
			tiroteo enorme." Ricardo fue llevado con otros prisioneros a 
			Pruszków. Pensaba en escaparse, pero no tenía dónde ir. Y en 
			Czerniaków seguía la lucha: el barrio aguantó casi hasta el final 
			del Levantamiento. Los insurgentes que quedaron escaparon por los 
			canales cloacales hacia Mokotów, en el sudoeste. Así ya habían 
			evacuado la Ciudad Vieja, en una de las acciones más trágicas y 
			arriesgadas del Levantamiento, el general Bór, el Estado Mayor 
			Subterráneo y varias centenas de insurgentes.  | 
			 
			
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						 Ricardo Arendarz (85) nunca volvió a Varsovia, aunque todavía tiene 
			ganas de regresar. Foto: LA NACION / Martín Lucesole   | 
					 
				 
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				 Ricardo 
			fue enviado como mano de obra a Breslau, la capital de Silesia (hoy 
			Wroclaw). Cuando los rusos atacaron, logró huir, regresar a Polonia 
			y encontrar a su madre. Juntos volvieron a Varsovia en 1945. No 
			tenían idea de la magnitud de la destrucción. Bajo veinte millones 
			de metros cúbicos de escombros y cenizas yacía su ciudad. No había 
			electricidad, y el agua se recogía del Vístula o de algún caño roto 
			que largaba un líquido verdusco. A pesar de ser una tierra baldía, 
			ya habían regresado más de 150 mil personas. La madre de Ricardo 
			logró mandar un telegrama a la Argentina, y así su padre, que los 
			creía muertos y se había vuelto a casar, se enteró de que en 
			Varsovia todavía tenía mujer e hijo. "Era difícil salir del país, 
			pero todo el mundo se quería ir. Muchos se afiliaron al Partido 
			Comunista sólo para que les dieran trabajo en el exterior." Por las 
			gestiones de su padre lograron un permiso de visita. Ricardo nunca 
			regresó. Primero por el miedo a ser detenido, después para no dejar 
			sola a su madre. A los 85 años, dice que todavía tiene ganas de 
			volver a ver Varsovia.  | 
			 
			
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				| El soldado de Mokotów | 
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				En 2004, la CNN televisó un especial sobre el Levantamiento, con 
			filmaciones originales del Departamento de Propaganda del AK. 
			Escenas de bombardeos y escombros, pero también de bodas, misas y 
			ollas populares. Y del desfile de capitulación: los insurgentes 
			marchan en columna, la cabeza en alto, la mirada acongojada, usando 
			los brazaletes blanquirrojos por última vez. Un plano medio muestra 
			a un muchacho alto, las mejillas hundidas, que lleva la bandera 
			polaca y una frazada al hombro. Andrés Chowanczak se quedó helado: 
			ese hombre era su padre. 
			 
			"No lo podía creer. Fue algo muy emocionante", dice hoy este 
			ingeniero de 48 años, una de las personas, al menos en la Argentina, 
			que más saben sobre el Levantamiento de Varsovia, donde además de su 
			padre participó su abuelo. Andrés investigó aquí y en Polonia sobre 
			esas historias que escuchaba de chico en su casa, y que tanto se 
			parecían a una leyenda. Stanislaw Chowanczak, su padre, rebautizado 
			Estanislao en la Argentina, había muerto en 1997, y había contado 
			poco de su participación a los 19 años como combatiente en el 
			distrito de Mokotów, uno de los últimos bastiones de la resistencia. 
			 
			El abuelo de Andrés, Jan, era toda una personalidad en Varsovia: 
			dirigía el imperio peletero más importante de Europa. A. Chowanczak 
			i Siew exportaba a todo el mundo, proveía de abrigos al cuerpo 
			diplomático y a las estrellas de cine. Jan también era socio de un 
			banco, vivía en un palacio -donde hoy es el Ministerio de Cultura- y 
			les había dado a sus hijos una educación de élite. A pesar de las 
			advertencias de sus socios ingleses, Jan no sacó un centavo de 
			Polonia, sino que se dedicó a financiar con su patrimonio al AK y a 
			formar el Estado Subterráneo. "Era muy amigo del presidente polaco y 
			del jefe de gobierno de Varsovia", dice Andrés. "Sobornaba a los 
			gendarmes alemanes para liberar a personas detenidas o comprar armas 
			que ocultaba en el sótano del palacio, escondía a gente perseguida 
			por la Gestapo, organizaba reuniones del Comando de la resistencia, 
			creó escuelas clandestinas. Como pantalla, puso a un alemán en el 
			directorio de la empresa." 
			 
			Su hijo Estanislao, mientras tanto, se enfrentaba a los tanques 
			enemigos con botellas de gasolina en un distrito cada vez más 
			cercado. "Mi papá fue herido, pero igual siguió luchando hasta la 
			capitulación de Mokotów, el 27 de septiembre de 1944." Ese fue uno 
			de los días más trágicos del Levantamiento. Junto a otros 
			combatientes, Estanislao reptó por los canales cloacales buscando 
			llegar al centro de la ciudad, que aún resistía. El cineasta Andrzej 
			Wajda retrataría años después, en la película Kanal, la asfixia y el 
			terror que dominaron esos laberintos repletos de remolinos, materia 
			fecal y ratas, donde muchos vagaron por horas para morir ahogados, 
			enloquecidos por los gases tóxicos o bajo las granadas de los 
			alemanes. Otros, como Estanislao, perdieron la orientación para dar 
			nuevamente en Mokotów, justo en las fauces de los nazis, que a pesar 
			del cese del fuego y la capitulación ejecutaron a más de cien 
			insurgentes. Cuando le tocaba el turno, Estanislao y su grupo vieron 
			llegar a un general alemán vestido de gala, que apenas podía 
			contener el vómito ante los cadáveres y la sangre manchando sus 
			botas bien lustradas. Alguien susurró que era Erich von dem Bach, el 
			general SS que dirigía la liquidación del Levantamiento. Habían 
			contravenido sus órdenes. Furioso, mandó que los llevaran al fuerte 
			Mokotów, a reunirse con el resto de los detenidos. 
			 
			Estanislao se salvó. Hizo el recorrido de la mayoría de los 
			insurgentes prisioneros: primero Pruszków, luego el campo Stalag XB 
			en Sandbostel (Sajonia). Solía contarle a su hijo Andrés que de su 
			metro noventa, la parte más gorda cuando fue liberado del campo era 
			la rodilla. Jan, por su parte, había sido enviado a Buchenwald, 
			donde lo tiraron a unos perros que le destrozaron una pierna. Mas 
			tarde pudo volver a Varsovia, donde presidió el sindicato de 
			peleteros y ayudó en la reconstrucción de la ciudad. Murió en 1949, 
			como consecuencia de la amputación de su pierna, mal curada. Padre e 
			hijo no volvieron a verse. 
			 
			Después de liberado, Estanislao viajó a estudiar economía a Bélgica 
			y luego llegó a Buenos Aires, donde se instaló en zona norte. Se 
			casó con una hija de polacos que también habían peleado la guerra; 
			nacieron dos hijos. Andrés preparó y ganó un juicio contra el estado 
			polaco por la confiscación durante la época comunista de las 
			numerosas propiedades de su familia: entre ellas, 10 hectáreas en 
			donde hoy se levanta el estado nacional. Pero todavía no recibió un 
			centavo. | 
			 
			
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				| Las ruinas heladas de Varsovia | 
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				 A las 8 de la noche del 2 de octubre de 1944, ya al límite de sus 
			fuerzas, el general Bór decidió capitular a condición de que la 
			Wehrmacht y no las SS comandaran la rendición. Los combatientes 
			tendrían trato de prisioneros de guerra según la Convención de 
			Ginebra y los civiles no sufrirían consecuencias. Los alemanes, a 
			pesar de su inmensa superioridad militar, habían perdido casi el 50% 
			de sus fuerzas: más de 25 mil muertos, desaparecidos y heridos. 
			 
			El 5 de octubre, a las 9.45 de la mañana, las últimas columnas del 
			AK dejaron la ciudad. A partir de ese día, siguiendo las órdenes de 
			Hitler de que Varsovia debía desaparecer completamente de la faz de 
			la Tierra, la capital fue saqueada, incendiada y bombardeada: 
			palacio por palacio, monumento tras monumento, casa por casa. Fue la 
			campaña más destructiva de toda la Segunda Guerra Mundial. Sólo 
			quedó en pie el 15% de las edificaciones: las pérdidas superaron a 
			Hiroshima y Nagasaki juntas. 
			 
			Los líderes del AK no sabían que el futuro de Polonia se había 
			decidido un año atrás, en la Conferencia de Teherán: un tercio del 
			territorio sería anexado a la Unión Soviética y el país quedaría 
			bajo su área de influencia. El 17 de enero de 1945, el Ejército Rojo 
			por fin cruzó el congelado Vístula, y las ruinas nevadas de Varsovia 
			cayeron sin un disparo. Dos días después, con los alemanes fuera de 
			la capital, se disolvía para siempre el AK. Empezaba una dictadura 
			que duraría cuarenta y seis años.  | 
			 
			
				| Un lugar para recordar | 
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				Sólo hacia el final del régimen comunista se pudo empezar a honrar 
			en Varsovia la memoria del Levantamiento. En este 70° aniversario, 
			los ex insurgentes que aún viven serán recibidos por el presidente -ya 
			una tradición- y se organizarán actos y conmemoraciones por toda la 
			capital polaca. Quedan unos 3300 sobrevivientes en todo el mundo. 
			Muchos acudirán al homenaje: por la Argentina está invitada Hanna 
			Fuglewicz (no pudo participar de esta nota por problemas de salud), 
			que fue mensajera del AK. Como ella, se calcula que de los 25 mil 
			polacos que llegaron a la Argentina entre 1946 y 1951, recalaron 
			unos 250 ex insurgentes, muchos agrupados en el Círculo del Armia 
			Krajowa, que funcionó hasta 2004. El próximo domingo, 31 de agosto, 
			una misa en la iglesia polaca Nuestra Señora de Guadalupe (Mansilla 
			3842) y una ceremonia en la Unión de los Polacos (J. L. Borges 2076) 
			recordarán a los insurgentes de Varsovia. | 
			 
		 
		 
		
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